jueves, 22 de mayo de 2014

Análisis narratológico de Silvia, un cuento de Julio Cortázar

"Cortázar en su persistente lucha por una visión totalizadora y unificadora del hombre como parte de un sistema cósmico de supra-relaciones, es un nuevo Pitágoras en busca de la armonía de un mundo fragmentado". [1]
Joan Hartman
Siempre que, disfrutando ya de forma inherente la prosa cortazariana, nos sorprende el subterfugio de hilos-literarios conectados a posibles cuerpos astrales, recordamos las palabras con las que en una ocasión el autor, libre de tecnicismos, definió el cuento (como acto creativo): "hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del tiempo literario"[2].
El genio esotérico y desautomatizador de Cortázar juega, con cada relato, una partida de inteligencia y sensibilidad al lector, que quedará atrapado por sus figuras[3]por el río lúdico que emana de sus frases y por las intertextualidades y recurrencias de sus historias.
Para un hombre que vomite conejitos, que brinde continuidad a los parques a través de la memoria, que prefiera la muerte a la vergüenza de no acomodar su cuerpo dentro de un pulóver, que dibuje todo un universo mágico gracias al simple trazo de una Rayuela, no le será difícil revivir a una virgen, constelación formada por cuatro planetas-niños, llamada Silvia.
Es Silvia[4]un cuento delicioso, gólem[5]de palabras, artificio de la historia y la fantasía. Realizar un análisis narratológico de semejante obra requiere la visita incesante, la mirada exhaustiva dirigida a los textos de estudiosos del tema literario.
Boris Tomachevski en su Temática señala: "Las significaciones de los elementos particulares de la obra constituyen una unidad que es el tema (aquello de lo que se habla)"[6] La temática que rige el cuento que nos ocupa es, a mi juicio, la búsqueda y el proceso de aprehensión (siempre infructuoso) de Silvia por el protagonista (que deviene en autor del relato, como analizaremos más adelante). Sin embargo, llegamos a un punto de la diégesis[7]donde lo que realmente importa es definir quién es esta muchacha que atormenta y encanta tanto al lector como a Fernando y los niños.
Ahogado en un hastío de incertidumbres, Fernando se pierde hallando la vía de contar "algo que ni siquiera tenía principio, que se dio en mitad y cesó sin contorno preciso, esfumándose al borde de otra niebla…"[8]
En el ambiente rural de un "asado" organizado por amigos, el personaje (escritor, para mayor alegoría) evade la conversación intelectual para perseguir la imagen femenina que aparece siempre ligada al espacio infantil[9]
En dos ocasiones se producen cuadros similares: aburridos debates literarios en dicotomía con el campamento siux edificado por los pequeños; aparición y huida de Silvia, quien no es más que un personaje onírico, la "clásica amiga imaginaria". Finalmente se llega a la conclusión de que Silvia sólo existe gracias a la unión de los cuatro niños, estos fungen como elementos imprescindibles para lograr la materialización de la joven.
Si analizamos el relato bajo los postulados de Gérard Genette, atendiendo al Modo, podríamos decir que estamos en presencia de un relato autodiegético[10]con focalización interna fija[11]Fernando es al mismo tiempo autor/narrador/personaje; cuenta una experiencia propia, por lo que, a mi entender, en el cuento se advierte una función testimonial o de atestación[12]
Se inicia el cuento desde una posición ulterior a lo narrado y mediante anacronías[13]el autor nos refiere su experiencia inaprensible. En un principio aparece ya, con el objetivo de familiarizarnos, el nombre de Silvia: "…y junto con los padres vienen los chicos y eso es también Silvia"[14]. Sucede entonces la primera analepsis[15]que constituye uno de los dos grandes núcleos que estructuran el relato. Esta se inserta de forma natural en el discurso: "…el asado en casa de Raúl hace unos quince días…"[16]Valiéndose de diversas anisocronías[17](tenemos en cuenta que "la velocidad del relato se definirá por la relación entre una duración –la de la historia- medida en segundos, minutos, horas, días, meses y años, y una longitud –la del texto- medida en líneas y en páginas"[18])
Fernando describe la primera velada, anterior al momento en que habla; las vivencias de una tarde-noche, ocupan alrededor de siete páginas[19]donde la alternancia entre sumario[20]y escena[21]matizan las acciones del relato: una situación a la vez simbólica y real, una comida entre amigos alrededor de una mesa redonda, una celebración. El ambiente es un patio rodeado de árboles en medio de la noche y de la naturaleza.
Partes: 1, 2
Encontramos entonces la primera alusión a la división espacial que se mantendrá durante casi toda la historia: el mundo de los adultos (entorno mesurado inmerso en la paz de una velada campestre) y el siempre interesante mundo infantil ("…el jardín era un campo de batalla mitad siux y mitad grecorromano…"[22]) Coexisten en el jardín de casa de Raúl dos mundos con fronteras propias. Esta especie de ludus puerorum, atizado con múltiples símbolos y alegorías magnetiza la atención de Fernando.
El escritor-personaje se escurre entre los comentarios acerca de la revista Invençao, de Eric Dolphy y Jean-Pierre Faye, para reparar en un nuevo elemento, inserto en la composición infantil: "creo que en ese momento vi por primera vez a Silvia"[23]. Pudiéramos analizar el ritmo de la primera analepsis de la siguiente manera:
Sumario-Escena-Sumario-Pausa descriptiva[24]Sumario-Escena-Pausa-Escena-Pausa-Escena-Sumario.
Pudiera decirse que luego de esta primera analepsis se presenta otra consecutiva pero más reciente (que constituye el segundo núcleo de acción del relato): "Vinieron el sábado pasado…"[25] Ahora el espacio en que se desarrolla la historia corresponde a la casa del propio Fernando, quien cediendo el papel de anfitrión a su amigo Raúl, intenta penetrar el universo lúdico de los pequeños, con la certeza de que era la única forma de aprehender a la escurridiza Silvia. Esta segunda anacronía es menor que la primera, pese a ello, muestra una mayor aceleración en cuanto al ritmo, las escenas son más extensas que los sumarios, ocupando la gran parte de la analepsis, observemos la estructura:
Sumario-Escena-Sumario (Pausa) Sumario-Escena.
Las variaciones en cuanto a la duración de las anisocronías se explican si reparamos en que la segunda analepsis sirve como desenlace del conflicto: "Entonces Graciela se quedaba pero Silvia era los cuatro, Silvia era cuando estaban los cuatro y yo sabía que jamás volverían a encontrarse"[26]. Fernando comprende la mágica esencia de la joven, y de esta forma vuelve al relato primero, para explicar que Raúl y Nora permanecen aún en el valle del Luberon. Introduce entonces para concluir el relato (ya ultimado al lograr explicar la presencia de Silvia) una pequeñísima analepsis: "… anoche fui a visitarlos…"[27] y como quien coloca el verso final de un soneto: "Es la luna –dijo Graciela-. Qué adivinanza tan sonsa, che,"[28]
Habiendo analizado algunos aspectos de la narración estudiados por Genette, cabría preguntarse ¿hasta qué punto es narrativo el cuento que nos ocupa? Gerald Prince ha definido narratividad como "función de características distintivas o típicas del relato en contraste con el no relato."[29] Dado que Silvia presenta varios períodos temporales, y narra diversos acontecimientos, muchos de los cuales no son previsibles, su grado de narratividad es elevado. Observemos el criterio:
"Si la narratividad se origina en la especificidad de las situaciones y acontecimientos referidos, también se origina en el grado en que el acaecimiento de los mismos es dado más bien como un hecho (en cierto mundo) que como una posibilidad o probabilidad (…) El relato vive en la certeza."[30]
El móvil real de nuestra historia es la existencia de Silvia, pero, ¿hasta qué punto es palpable esta realidad? ¿No es Silvia acaso un enjambre de intuiciones, un nudo onírico y burlón, una alegoría inquietante? Sin embargo, la no certeza de la materialidad de la joven no atenta contra el poder narrativo del relato, antes bien, lo coloca muy cerca del marco de la literatura fantástica.
Silvia, como ya he mencionado ostenta una fuerte carga semántica, los nombres y situaciones cumplen funciones específicas dentro del mundo "figurativo" del autor. En una entrevista, al hablar de su relación con lo lúdico, Cortázar expresa: "…El juego, como lo juegan los niños o como trato de jugarlo yo como escritor, corresponde a un arquetipo, viene desde muy adentro, del inconsciente colectivo, de la memoria de la especie. Yo creo que el juego es la forma desacralizada de todo lo que para la humanidad esencial son ceremonias sagradas."[31] 
A lo largo de todo el relato se perciben conexiones tanto culturales como religiosas. El cuento se vincula con el proceso de la elaboración de un texto, creación literaria y testimonio del renacimiento del autor/narrador/personaje, quien experimenta, con la tarea de escribir, una iniciación en un estado más alto de conciencia. Es sumamente curioso que esta historia pueda ser vestigio de un pasaje de la vida de Cortázar.
Hay un testimonio del primer asado al que fue invitado el profesor de la Universidad de Poitiers, Alain Sicard (en el cuento Jean Borel) donde refiere que al día siguiente se encontró con Cortázar, quien le entregó unas cuartillas: Silvia.[32] De ahí inferimos que el fragmento realmente ficcional del relato es la segunda analepsis: el asado en casa de Fernando, que culmina con la visión de Silvia, dormida en su cuarto, nunca ocurrió y fue sólo imaginado por el confundido narrador. Aunque un detalle sugiere la casa de Cortázar en Saignon: el cuadro de un amigo en una pared de la sala. El nombre del pintor es la clave que señala el éxito de la búsqueda: Julio Silva.
Un personaje delicioso llega al inicio del primer núcleo del relato para coadyuvar al desarrollo del argumento: Gracielita, la "sabelotodo". Asociada con "Gracia", es el agente de la redención de Silvia, de la que forma parte en ese cuaternio con Lolita, Álvaro y Renaud: la cuaternidad del concepto del alma. Aunque Gracielita, Lolita y Silvia parecen entidades separadas, son variantes de un mismo arquetipo: la virgen, la doncella. Es la femme/enfant, la mujer niña de los surrealistas. Gracielita es intercesora entre Silvia y Fernando. Actúa como su ayudante. Es el personaje más complejo y activo. Desde que Fernando aparece, lo toma del cuello con sus manos llenas de barro y no lo suelta hasta que le señala la presencia de Silvia. Al seguirla, Fernando empieza una nueva fase, se aparta de los intelectuales. Por la "gacelita", asociada con el ciervo, se vincula a la luna, en la faz de Artemisa, la desmembradora. La luna se menciona al final como solución de una adivinanza. Graciela lo ilustra sobre los secretos de la tribu, esa sociedad paralela creada por los hijos de los amigos. Han establecido su propio campo de juego, se han separado del mundo de los adultos y han retrocedido al tiempo primigenio de los aborígenes de América (ya en su versión sioux, charrúa o tehuelche, con alguna nota de grecorromano).
Por su parte, Silvia oculta un episodio de la memoria colectiva: el rescate del abismo de la Kore, la doncella prisionera del Hades. Comparte la simbología asociada con el bosque y la fertilidad y el nombre evoca a la mítica virgen vestal (violada por Marte) Rhea Silvia, la Reina Silvia, diosa menor del bosque, madre de Rómulo y Remo, los mellizos amamantados por una loba. Ella combina lo cotidiano y personal con elementos transpersonales del inconsciente colectivo, típico de la literatura visionaria.
Para saber cómo es Silvia, (de quien no se dice mucho, excepto el color de su pelo dorado y pechos y muslos seductores) debemos mirar a las otras niñas y a los que creen en ella, porque: Silvia son los cuatro. Empleada para cuidar a Renaud, es el ángel maternal y tutelar de todos, pero viene cuando quiere, cuando alguien la necesita. Ese alguien incluye a Fernando, que también la ve. Y a partir de entonces para él es sobre todo Silvia. Imagen que fluctúa y cuyo mayor logro es este extraordinario relato. Otros personajes intervienen para trenzar la trama, ninguno más interesante que las dos figuras femeninas a las que hicimos alusión.
Saber penetrar en el mundo simbólico cortazariano y asumir sus retos intelectuales, requiere ante todo, disposición para la investigación y la búsqueda de una verdad que subyace entre líneas.
Este breve análisis concluye con unas palabras del autor[33]donde brinda su concepción de literatura fantástica[34]

"Esta literatura es mucho más fecunda porque abre en cada individuo una serie de referencias. En una palabra y lo digo sin ninguna vanidad, enriquece al lector, como su experiencia personal ha enriquecido al autor."[35]

Análisis narratológico de Silvia, un cuento de Julio Cortázar

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